viernes, 19 de abril de 2019

Catastrofismo I

Una de las acepciones del término “catastrofismo” es la “Actitud de quien, exagerando con fines generalmente intimidatorios, denuncia o pronostica gravísimos males”. Pero la exageración puede no tener fines intimidatorios, y ser más bien producto de un posicionamiento ideológico que genera actitudes dogmáticas de aceptación o rechazo a cualquier evento que coincida o no con el marco ideológico de partida. Se confunde temor con educación, y se usa el primero a falta de la segunda. Dicen que es más fácil atemorizar a una multitud que a un individuo, por lo que la actitud catastrofista encuentra en la sociedad un campo fértil en el cual echar raíces.

El avance tecnológico, con sus comunicaciones instantáneas y globalizadas, y las nuevas herramientas estadísticas, han ampliado enormemente las capacidades de predicción en muchos campos –económico, climático, tecnológico, demográfico– a la vez que universalizan el acceso a esas predicciones a través de los medios masivos y las redes sociales. Y al masificarse, el anuncio catastrofista se vuelve certeza, y de ahí en más, no deja de retroalimentarse.

A continuación revisaremos algunos ejemplos de lo anterior.

El cambio climático

El clima se ha generado y evolucionado en paralelo con la creación y evolución de nuestro planeta, iniciada hace unos cuatro mil quinientos millones de años. O sea que lo permanente es el cambio. Pero en las últimas décadas la expresión “cambio climático” se ha popularizado haciendo referencia a cambios en plazos mucho más cortos y originados en la actividad del hombre, más allá de los cambios permanentes que son derivados, en última instancia, de la evolución de las manchas solares.

El gran desarrollo de las actividades industriales, agrícolas, de los transportes, etcétera, ha aumentado  exponencialmente las emisiones a la atmósfera de los llamados “gases de efecto invernadero” entre los que se destaca el anhídrido carbónico (CO2). Estos gases son los responsables del calentamiento global del planeta que se estaría constatando, con innumerables efectos sobre el clima y en consecuencia sobre el presente y futuro de todas las formas de vida terrestres.

Planteado el problema de la forma más sucinta posible, lo que está en discusión es la verdadera importancia del origen antropomórfico, es decir generado por la acción humana, de los cambios climáticos observados.  

La primera aclaración a efectuar, es la de que no se debe confundir “clima” con “estado del tiempo”. La definición del clima de una región requiere el estudio de la evolución de una serie de variables (temperatura, humedad, precipitaciones, etcétera) durante un tiempo relativamente largo, del orden de los 30 años, mientras que el estado del tiempo hace referencia al momento de que se trate. Por lo tanto no se debe atribuir al cambio climático cualquier anomalía coyuntural, como un día muy frío o caluroso para esa época del año, o como un otoño caluroso o un invierno “adelantado”.

Otra cuestión que se presta a confusiones es la de la mayor ocurrencia de “eventos extremos”. Se afirma que esta es otra faceta del cambio climático, asociada al aumento global de la temperatura terrestre. No se toma en cuenta que en la actualidad, a diario nos enteramos de cuanto fenómeno “extremo” ocurre en el planeta, como ser inundaciones, sequías, nevadas, ciclones, etcétera, confundiéndose el mayor conocimiento del fenómeno, y del número de sus víctimas, con la frecuencia de su ocurrencia real. Hace poco tiempo, se publicaron los siete fenómenos climáticos más extremos ocurridos en Uruguay durante el siglo XX, y el último habían sido las inundaciones de 1959, es decir todos anteriores al “cambio climático” de las últimas dos o tres décadas.

Otra confusión cada vez más frecuente es la de atribuirle a la acción del hombre la ocurrencia de fenómenos de índole geológica, como terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas y otras, que son en realidad resultado de movimientos tectónicos de millones de años de gestación. Decir que “el planeta está cansado de nosotros” cuando ocurre un fenómeno de esta naturaleza, es un disparate total, pero que tiene cada vez más adeptos. Sin duda que el nivel de información actual, con difusión global y en tiempo real, genera la impresión de que esos fenómenos son ahora más frecuentes, y de ahí a vincularlos con el cambio climático, es un paso, dado el bombardeo de “pruebas” de la existencia del mismo.

La mejor forma de predecir el futuro es analizando el pasado. Sin embargo, a los anuncios catastrofistas de las últimas dos o tres décadas, no se los hace pasar por el tamiz de una evaluación seria de lo realmente ocurrido. Para muestra, dos botones. Se anunciaba que el aumento de la temperatura media, que en los últimos 20 o 30 años iba a ser de dos grados, traería como consecuencia la desaparición de los hielos polares, y debido a la elevación del nivel de los océanos, la inundación de ciudades y zonas costeras, la desaparición de numerosas islas, etcétera. 

Pero los efectos reales han sido mucho menores, y la temperatura media del mundo, en el siglo XX, aumentó 0,6 grados, nivel de altibajos permanentes a lo largo de la historia. Pero no se cuestiona la base de la predicción, sino que se la pospone en el tiempo, se dejó de hablar de “a fin de siglo XX” y se pasó a “en el 2050”. Y los próximos 20 años, siguen siendo los próximos 20 años. 

También hace pocos años, estábamos seriamente amenazados por el “agujero de ozono” particularmente en el hemisferio sur, donde su crecimiento era imparable como consecuencia de las emisiones de compuestos gaseosos que se utilizan como refrigerantes. La consecuencia iba a ser la pérdida de la defensa que la capa de ozono nos brinda contra las radiaciones solares ultravioletas. Actualmente el tema ha perdido vigencia existiendo algunos informes, poco publicitados, en el sentido de que el famoso agujero ha desaparecido, por recuperación de los niveles de ozono antes perdidos. 

O sea que el tema del cambio climático es discutible, no respecto a su existencia, sino en relación a la importancia de la participación de la actividad humana en su génesis, aunque exista una nutrida burocracia internacional interesada en darlo por sentado. Se hacen nuevos y catastróficos anuncios, sin corroborar si se cumplieron los que en el mismo sentido se hicieron en el pasado, y la voz de los “expertos” logra un eco amplificado a nivel social.

El señor o la señora que en tono trascendente anuncia su preocupación por “la salud del planeta”, mejor haría en dedicarse a hacer cosas concretas, que están a su alcance, como ser cuidar la salud de su cuadra. Porque suele ocurrir que se trate de la misma persona que saca al perro a hacer sus necesidades en la puerta del vecino, sin tomar las elementales medidas correctivas, o la que despilfarra envases y bolsas de plástico o las tira por la ventana del auto. Una grave contaminación de la atmósfera la produce la quema de cubiertas, sin embargo es la medida con la que se llama la atención en reclamos por “causas justas”. Y no le preocupa al que las quema para el corte de la calle, ni al periodista que lo entrevista para difundir la supuesta justicia del reclamo.

La enumeración de las fuentes de contaminación sería interminable, pero una que no queremos pasar por alto en este medio de prensa, es la de la contaminación debida al mal uso de  los envases de agroquímicos. Es evidente la falta de conciencia ambiental de muchos usuarios que los tiran sin tomar ninguna medida para disminuir su acción contaminante como la de impedir cualquier uso alternativo futuro, el lavado, etcétera. 

También hay serias  carencias en la acción oficial, principalmente en la educación para la toma de conciencia del problema, como la creación de depósitos y opciones de reciclado para el correcto tratamiento de esos envases, cuyos contenidos originales son imprescindibles en la moderna producción agropecuaria.

El problema del hambre en el mundo 

Otra expresión de posicionamientos “políticamente correctos” consiste en la denuncia de los inaceptables niveles de hambre que persisten en el mundo. Y como uno de los principales orígenes del problema, se menciona a la injusta distribución del ingreso a nivel global.

Sin pretender menguar en nada la dimensión trágica del hecho de que sigan existiendo en el mundo cerca de mil millones de personas que no cubren sus necesidades mínimas de alimentación, es conveniente contextualizar correctamente el problema para no caer en diagnósticos equivocados que tienden a perpetuarlo en lugar de solucionarlo.

El anuncio catastrofista suele expresarse más o menos en esta forma: “mucho crecimiento, mucho desarrollo tecnológico, pero el número de hambrientos no disminuye”. O de esta otra: “con lo que se tira en el mundo desarrollado, se podría alimentar a todos los hambrientos” y otras, asociadas a procesos históricos, o vinculando obesidad y desnutrición, etcétera.

Todas verdades, pero verdades a medias, que son muy semejantes a las mentiras que consisten en ocultar la mitad de la realidad. El siguiente cuadro, elaborado en base a información del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, muestra que si bien es cierto que persiste un número impresionante de gente con hambre, no lo es menos el hecho de que aumenta en forma más que proporcional la cantidad de gente que cubre satisfactoriamente sus niveles nutricionales.



En solo 20 años la situación cambió radicalmente, y en sentido positivo. Porque la población “con hambre” no se mantiene permanente sino que disminuyó un 15 %, pero, lo que es más importante, la población “sin hambre” aumentó un 42 %. Esta es la verdadera medida del crecimiento y del desarrollo tecnológico: con una población que crece aceleradamente, el número de bien nutridos crece no solo en términos absolutos (2 mil millones más de “sin hambre” en los últimos 20 años) sino también en términos relativos a los “con hambre”. Porque en una población 32 % mayor, los primeros crecen un 42 % mientras los segundos no solo no crecen, sino que incluso disminuyen un 15 %.

Los mayores niveles de desnutrición se constatan en Asia, pero también allí se dan las disminuciones más rápidas. Los mayores problemas persisten en el África subsahariana, región cuya “solución” se reclama a través de la redistribución del ingreso desde los países más ricos, donde el aumento del despilfarro y la obesidad son problemas crecientes. 

De nuevo se pasa por alto algo fundamental. A los países africanos solo llega una proporción muy baja (del orden del 20 %) de las donaciones y créditos con fines productivos, disponibles para ellos en “el mundo desarrollado”. Y la causa de este escaso acceso a recursos disponibles se debe a que estos países no cumplen con las mínimas exigencias de transparencia y correcta utilización de esos recursos, que se exigen, con toda lógica, para su otorgamiento. 

En la situación actual y más aún en la pasada, las donaciones más que solucionar problemas, han enriquecido a dictaduras y gobiernos corruptos. El problema es mucho más complejo, con raíces en lo cultural, lo étnico y lo educativo, de resolución básicamente interna, pero que implican largos procesos de desarrollo. 

Para salir del pozo lo primero es dejar de cavar. Son los propios países pobres los que tienen que crear las mínimas condiciones para poder potenciar sus incipientes procesos de desarrollo, lo que no se consigue por medio de la victimización histórica, que no soluciona ningún problema. Problemas que son mucho más del ámbito interno y regional, que derivados de su vinculación con el mundo desarrollado. Porque la ayuda está y seguirá estando disponible. Y que los países ricos vean cómo solucionan sus problemas internos de obesidad y consumismo.

Escrito en la segunda semana de mayo de 2015
Rodolfo M. Irigoyen
romairigoyen@gmail.com

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