sábado, 30 de enero de 2010

El más cercano desastre conocido

La abuela no creía en el fin del mundo. Ese día le pidió a Luisito que fuera buen nieto y le llevara su silla al centro del patio, luego se encaminó hacia allí con su almohadón en brazos como si de un crío de pechos se tratase. Al llegar se sentó con mucha calma y se mantuvo mirando al frente con las manos sobre su regazo.

La madre del niño estaba alterada y para saberlo bastaba observarla un par de minutos, era notorio el nerviosismo en su deambular errático, a lo que sumaba la angustia de repetir a intervalos dispares: Tu padre no debió salir hoy, se lo dije… ¿Qué podemos hacer dos mujeres y un niño para subsistir en medio de la debacle universal?

Varias veces sus frases fueron interrumpidas por fuertes retumbos, como truenos, pero habrían de ser petardos pues el cielo estaba límpido. Cuando ocurrían su sobresalto perecía dejarla temblando, llevaba los ojos al cielo o colocaba su mano sobre la boca como ahogando deseos de gritar. En una oportunidad dio con una olla por el piso y en otra casi rompe el vaso del agua de su tercer calmante.

La abuela en cambio permanecía impertérrita, era una roca de firmeza, un remanso de calma, la mar de indiferencia, y cada vez que atronaba sonreía como satisfecha de los intentos que algún bromista gastaba a los crédulos que suponían que el mundo se iba al carajo, tal se venía diciendo por toda la ciudad.

El pequeño Luis tendría cinco o seis años entonces y como poco entendía de aquél asunto fue por su banquito y se sentó junto a la abuela. Ella sonrió complacida al verlo imitar su impostura: –Me parece que vos conocés a tu padre tanto como yo –dijo.
Permanecieron callados, viendo a la afanosa madre de Luis que con un salvavidas colgado del cuello buscaba en el cajón de los trastos viejos una supuesta máscara anti gases que había sido del abuelo.

–No me la creí las mil veces anteriores que se terminó el mundo –dijo de pronto la abuela. –¿Sabés por qué? Porque ya una vez me creí que el mundo podría cambiar; fue cuando los hippies intentaron hacer su revolución a fuerza de flores y amor. Inventaron una pacífica cruzada de música y paz que no logró cambiar nada… Con tu abuelo estuvimos re locos de su lado… y por poco no fuimos a Woodstock a bañarnos desnudos en el barro.

El niño no comprendía nada, para él hablaba en chino y la anciana lo notó: –Si los hippies no pudieron hacer siquiera que el mundo apenas cambie un poco… ¿Cómo podría el mundo terminarse en un así nomás? ¡Y por unos gringos que viven en el futuro menos todavía!

Esto seguirá de mal en peor para siempre, cada generación dirá que antes era mejor y aportará su granito de arena para que la cosa empeore. Pero terminarse… ¡Ja! ¿Te lo crees? Bueno, quedémonos aquí, si tiene razón el inútil de mi hijo ya podremos verlo.

La interrumpió un estruendo mayor que hasta dio la sensación de que el piso se movía, algunos gritos llegaron desde la calle, aunque más parecían de aclamación que de pánico. Esta vez la abuela sí pareció inquietarse, miró hacia arriba y giro en torno la cabeza. La madre llegó corriendo y los abrazó a ambos, aunque lagrimeaba no dejaba de decir: –Tu padre… Si nos morimos solitos ya me va a oír. Tu padre… ¡Tanto que hablaba del desastre que nos esperaba y se va a ver si viene!

Otro terrible estruendo hizo que la abuela los apartara de sí: –¡Está bien! –dijo. Parecía muy decidida y enérgica. –En las tres operaciones que me hicieron me puse tan vehemente con San Pedro conque no aceptaba morir, que de seguro lo que quiere es que acuda a su lado. Si fuese así quiero que sepa que estoy dispuesta… Pero estoy segura de que todo eso del fin del mundo son puras patrañas de mi hijo. ¡Como si no lo conociera! Además, estoy casi segura de que irá a la inauguración a ver si liga algo… ya sea de tragar o fornicar.

Su nuera grandes los ojos: –¿Le parece Elvira?

–¡Y cómo no! Es muy angurriento el Mario. ¡Y picaflor! Ya te lo he dicho…

–Pero él parece muy preocupado por el asunto… Si hasta anda de asamblea en asamblea juntito a esos que tienen un diploma y saben bien la que nos espera. Yo también tengo miedo, podemos perder todo lo que tenemos, el aire se tornará irrespirable, nuestros hijos contraerán pestes, los alimentos nos envenenarán, casi no veremos el sol y nos saldrán granitos en la nariz…

–¡Ay, qué mujer! ¿No viste que dos por tres viene a buscarlo la Paca? Esa, fue la que lo convenció de hacer algo para evitar el fin del mundo. ¿Y qué pueden hacer un hombre y una mujer en un caso así?

Hasta el patio llegó el ruido de la puerta de calle al ser cerrada por un portazo, incluso el sonido de la algarabía fue más nítido, lleno ahora de aplausos. Mario apareció ante el trío con una sonrisa de oreja a oreja: –¡Está hecho! –dijo –Lo lograremos…

–¿Ya no habrá fin del mundo? –preguntó su esposa con un brillo esperanzado en los ojos.

–Es posible que no… ¿Sintieron toda esa cohetería, gritos y escándalo? Bueno, la asamblea resolvió bloquear el puente y entre todos evitaremos que se instale esa pastera asesina. ¡Vamos a hacernos oír mucho más fuerte que una docena de petardos atados con alambre!

La madre aferró a Luisito entre sus brazos llena de emoción y esperanza. La abuela miró a Mario con sorna y le preguntó: –¿Cuánto vas en esto?

Mario cruzó el índice ante sus labios y le guiñó un ojo: –Ya mismo salgo para Arroyo Merde, no hay tiempo que perder. Y no teman, por ahora no hay peligro, pero si esa pastera comienza a funcionar morimos todos. Vieja… Traete la reposera, vamos, que el gordo Matote nos lleva.

–¿Por qué yo? ¿Te parece que ya viví demasiado?

–Nada de eso. Lo que pasa es que hace mucho que no hablamos y tengo un par de cosas que decirte para avivarte. ¿No es que vos siempre fuiste medio revolucionaria?

–¡Soy!

–Bueno, dale… Necesitamos combatientes con experiencia.

–Está bien, pero llevemos a Luisito, así puede disfrutar de los payasos.

Al salir los tres se volvieron para despedirse de la madre, ella parecía tranquila y animada.

–Disculpa que no te llevemos, pero no hay más lugar en la camioneta –dijo Mario.

Ella puso un encantado rostro de abnegación y respondió: –No importa… Tengo cosas que hacer, hace días que no le pago al carnicero.

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