viernes, 19 de abril de 2019

Un sonrojo

Mientras la blanca doncella en el cielo viaja libre de culpa, el rojo hermoso guerrero carga las culpas de una Pompeya en ruinas. Por alinearse a otros, se le castigó al ostracismo, siendo uno más de los malvados del cosmos.

Las falacias de ruinas, pestes y malos pronósticos no hicieron más que dejarlo lejos, muy lejos de disfrutar de su grandeza; su nombre de guerra no fue suficiente para que el tiempo lo respetara y, cual navegante errante, siguió con sus coplas, alineándose con sus pares mientras el brillo de otros postergaban sus méritos.

El pasado lo condicionaba, su existencia no era más que un pronóstico de muerte y sangre, algunos habían decidido por él que su color era terrible, alineado y justificando quizás, en su pensar, tantas cosas sin sentido.

Las noches claras y blancas eran un puñal en su pecho para lograr trascender, mas no pereció en el intento de ser uno más de ese maravilloso ordenamiento, era la obsesión de vivir a la sombra de lo que otros creen.

Paso mucho tiempo, y algunos dejaron de ser cegados por el brillo de cercanas cosas y decidieron dar un paso más, saltar a descubrir nuevos colores. Aquellos viejos tiempos se ven reconfortados hoy al ver con qué altura y entereza sigue tan campante, en línea con quienes por años lo acompañaron a la sombra de esa brillante luz blanca que todo postergaba; tiempos de miradas profundas y detallistas reflotaron la inmensidad de su silueta, quizás aburridos por la cotidiana visión de un cielo dominado por la doncella, quizás tratando de ver nuevas cosas, no lo sé.

Me sonrojo, pienso en aquellos viejos observadores del cielo que querían ver nuevos colores en el cielo y me gustaría decirles que hoy me sonrojo, simplemente, me sonrojo.