Elegí iniciar esta última entrega de este artículo en cuatro partes con una fotografía que tiene para mí un alto valor simbólico. Argentinos y uruguayos, uruguayos y argentinos mezclados, a la orilla del río que compartimos, mirando hacia ese Entre Ríos que la demencia fundamentalista de un puñado de irreductibles se empeña en mantener aislado de la racionalidad y el progreso.
La última parada de nuestro recorrido fue el puerto de Botnia, ese puerto que los activistas insisten en calificar de "ilegal" sin tener idea de lo que dicen.
Hacia un lado la vista se extiende por la explanada y discurre a lo largo del río, con la ensenada de la playa Ubici a la izquierda y las islas entrerrianas a la derecha. Hacia el otro lado, la inmensidad visual del puente que, grácil, majestuoso e inútil insiste en tender los brazos entre dos pueblos que no deberían estar separados por la irracionalidad timorata y dictatorial de unos pocos. Y enfrente nuestro, como monumento patético a los ecólatras de la ACAG, un poste marca el lugar donde muy publicitadamente desembarcaron para instalar un "puesto de observación", en el que valientemente nunca resistieron a los mosquitos ni siquiera por una noche. Uno sólo puede desear que lo blanco que se ve al tope del poste no sea la gloriosa bandera de la República Argentina. El resto de los argentinos no se merece ese agravio.
El puerto propiamente dicho consta de la inmensa explanada que se ve en las fotos de arriba y de un hangar que se aprecia mucho mejor en la foto desde la torre central, a la distancia sobre el río (el edificio con los extremos pintados en amarillo). Dentro del hangar hay sitio para dos de las enormes barcazas que transportan la celulosa.
Cuando nosotros visitamos se encontraban en el sitio dos de ellas, una que transporta del orden de 3.000 toneladas (las dos fotos de la izquierda) y otra que transporta unas 1.500 toneladas, la foto de la derecha. Esta fue la famosa barcaza que al encallar en el río sufrió las pintadas de los activistas grafiteros en un recordado episodio que terminó costándole el puesto a los Prefectos de Gualeguaychú.
El hangar es una inmensa estructura cavernosa, en la cual las personas parecen completamente liliputienses. De hecho, es tan grande que prácticamente pasa desapercibida la enorme grúa que de una sóla vez puede cargar paquetes de 48 toneladas de celulosa en cada una de las barcazas.La celulosa va empaquetada en fardos que se apilan entre sí y se atan hasta formar los enormes paquetes que son manipulados por la grúa y dispuestos prolijamente dentro de las barcazas. Cuando éstas se llenan salen rumbo a Nueva Palmira, lugar donde está el depósito de acopio de celulosa y donde se cargan los buques de ultramar que la llevan luego a los mercados internacionales (aunque ya es un hecho que Botnia está también vendiendo celulosa a productores locales de papel en Uruguay, aunque en pequeñas cantidades, dado lo reducido del mercado).
Inés, una de las Ingenieras Químicas de Botnia, observa el cargamento de la barcaza medio llena. Ella es uno de los jóvenes profesionales que gracias a que estos emprendimientos existen encuentran una salida laboral que se veía un tanto incierta cuando empezaban sus estudios. Como siempre hemos insistido los uruguayos, no sólo se trata de esos paquetes blancos que salen por los puertos, sino de esos jóvenes orgullosos y de mirada brillante que sienten que tienen el pie en el acelerador, o de esos profesionales que construyeron las barcazas en una industria naviera que empieza a despuntar de nuevo en Uruguay. Efectos colaterales buscados y obtenidos para un país en desarrollo y saliendo del estancamiento.
Termina acá nuestra visita a Botnia. Una discreta escultura de troncos de eucaliptus nos recuerda que este es otro paso más en la dirección de terminar nuestra dependencia del monocultivo de la vaca. La chimenea del Anglo marcó ayer el presente de Fray Bentos, la chimenea de Botnia lo marca hoy. Hoy como ayer, el presente industrial significa desarrollo, significa arraigo, significa orgullo de poder pertenecer y ser, de producir y ser recompensado por hacer y no por languidecer.Y entretando, el Río de los Pájaros Pintados sigue fluyendo mansamente, su color confundiéndose en el atardecer tormentoso con las nubes del cielo. Ojalá pronto ese río vuelva a unirnos como ya lo supo hacer, cuando prime nuevamente la racionalidad y la hermandad.
Visita a Botnia (I) - Visita a Botnia (II) - Visita a Botnia (III)
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Cortesía Las cosas de Néstor
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